domingo, 4 de abril de 2010

Crónica de un (auto)esclavo cumpleañero

Todos los años cuando llega mi cumpleaños, me pregunto varias veces si quiero o no festejarlo.
En mi caso parece que en este tópico la edad no viene con sabiduría, porque sistemáticamente no tengo avances al respecto.
Siempre contemplo opciones como salir por ahí y no recibir en casa para no estresarme con los preparativos, festejar con invitación previa y planificada o decirles a los que llamen que vengan.

Como rindo culto a lo obsesiva que soy, no puedo recibir gente sin preocuparme por que estén servidos y que no falte nada, lidiando con temores irracionales de que la gente muera de inanición o deshidratada y demás distorsiones cognitivas.
A las 6 AM cuando se fue el último invitado, mi pareja y yo nos fuimos acostar.
En este momento me doy cuenta que estoy famélica.
Sin puntos ni pausas me desayuno de que no había probado bocado no había comido ningún taco mexicano que mi pareja había preparado que tampoco había probado la pascualina que trajo mi madre que me dolían las pantorrillas de subir y bajar escaleras de servir a mis invitados durante toda la noche que habían llegado a horas distintas y todos con hambre por lo que pasé de lo salado a lo dulce y de lo dulce a lo salado haciendo malabares con que fuera suficiente para todos y calentando la comida de nuevo subiendo y bajando los platos para que estuvieran llenos mientras que escuchaba que me decían vení sentate un rato pero que en realidad me parecía que no podía porque era la única para bajar todo que tampoco había probado mis masitas preferidas que especialmente había encargado que mi casa era un caos de punta a punta que en el momento en que acababa de postrar mi trasero en una silla y lograba relajarme durante no más de 2 minutos terminé cortando torta y soplando velitas a pesar de que había comprado masitas porque no quería complicarme con torta y porque no me gusta ese ritual sólo porque una querida amiga la había traído y sentía una grosería no aceptarla además de decirle que no tenía energías para ocuparme que instantáneamente después de la torta se habían esfumado para siempre esos 2 minutos de relax previos porque la gente lo toma como que se terminó la fiesta así que ahora había que llamar taxis y despedir a los invitados

...Mi novio y yo terminamos exhaustos. Al tomar conciencia de esto me fui a dormir con una bronca enorme, con hambre, sed, sueño, dolor de pantorrillas e indignación. Aunque demoré en darme cuenta, la indignación era un 85% hacia mi persona por no ser clara, por hacer cosas que no quiero, por ser terca, por no pedir ayuda, por sobrepasar mis propios límites y por no prever esta situación, algo que es bastante más importante que calcular las cantidades de comida y bebida requeridos per capita.

Aguante el salir a comer afuera. Voy a escribir eso cien veces.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

dos comentarios:

1) decir que te salva la caipirinha de gustavo

2) veo con agrado que mi novio recibio el upgrade a mimarido

y eso que faltan los papeles :P

Cecilia dijo...

Anónimo:

1) La caipi la hice yo :P

2) Eso es cierto. A esta altura decir "novio" me resultaba raro :P

Gracias por tu comentario :)

ele dijo...

me estoy por casar, lo unico que deseo es civil + salir corriendo y algo me dice que voy a terminar sucumbiendo a una fiesta que me va a dejar el mismo sabor en la boca q a ti tu cumpleaños

Cecilia dijo...

Ele: si puedes panificar algo que prevenga que te puedas sentir así: hazlo ! ese momento tiene que ser para que lo disfrutes al máximo, no para complacer a todo el mundo.

Gracias por leer y suerte :)